Que todo se nos venga abajo es una prueba y también una especie de curación. Pensamos que la cuestión es pasar la prueba o superar el problema, pero en realidad las cosas no se resuelven. Las cosas se caen a pedazos y después estos se vuelven a juntar. Simplemente sucede así. La curación proviene del hecho de dejar espacio para que todo esto ocurra: espacio para la pena, para el alivio, para la aflicción y para la alegría.
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La vida es así. No sabemos nada. Decimos que las cosas son buenas o malas, pero en realidad no lo sabemos.
Cuando todo se derrumba y estamos a punto de no se sabe qué, la prueba para cada uno de nosotros es quedarnos en ese punto, en ese límite, y no concretar. El camino espiritual no consiste en tratar de llegar al cielo y finalmente acceder a un lugar magnífico.
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Desde este punto de vista, la única vez que podemos estar plenamente seguros de lo que está ocurriendo es cuando nos quitan la alfombra de debajo de los pies y no encontramos donde aterrizar. Podemos emplear estas situaciones para despertar o para echarnos a dormir. Este momento – este mismo instante sin base ni lugar al que aferrarse – es la semilla para cuidar de aquellos que necesitan nuestros cuidados y para descubrir nuestra bondad.
Del libro «Cuando todo se derrumba» ~ Pema Chödrön