Entrevista a Santiago Beruete, antropólogo, filósofo y escritor, que enfatiza en su obra la importancia de una reflexión profunda sobre naturaleza y espiritualidad cómo única forma para enfrentarnos a la emergencia ecosocial.
¿Cómo nos afecta la desconexión de la naturaleza?
El 95 % del tiempo que nuestra especie lleva habitando la Tierra ha vivido en íntimo contacto con la naturaleza. La ruptura de esa conexión umbilical se produjo hace entre cinco y diez mil años, cuando se inició la revolución agraria. En diferentes lugares del planeta nuestros antepasados empezaron a domesticar animales y plantas y asentarse en las cuencas fértiles de los grandes ríos, dando comienzo a la civilización urbana. En diferentes lugares del planeta nuestros antepasados empezaron a domesticar animales y plantas y asentarse en las cuencas fértiles de los grandes ríos, dando comienzo a la civilización urbana.
Si bien nuestra genética apenas ha cambiado en los últimos doscientos mil años, nuestros hábitos y costumbres no se parecen a los de nuestros predecesores. Gran parte de los llamados males de la civilización, desde el estrés a la obesidad, pasando por la ansiedad por el estatus o las conductas autodestructivas, guardan una estrecha relación con el hecho de que el primate humano haya evolucionado mucho más rápido cultural que biológicamente.
Hasta que no restauremos la alianza con la Tierra y pongamos fin a la disociación entre natura y cultura, no podremos llamarnos con propiedad sapiens, es decir, monos sabios.
Nuestra mente es un instrumento desafinado si no resuena en la misma longitud de onda que la naturaleza. Cuando nos desconectamos de ella, nuestra brújula interior se desimanta y únicamente podemos extraviarnos. Buena prueba de ello la tenemos en las pandemias, no solo de COVID sino también de depresión y soledad, que padecen las sociedades supuestamente avanzadas.
¿Cómo podemos mejorar nuestra conexión con la naturaleza?
Pasear por el campo o el bosque, cultivar un huerto o un jardín, privado o comunitario, dialogar con los amigos al aire libre son algunas de las cosas que nos dan mucho y cuestan poco. Esos pequeños gestos nos pueden ayudar a reencontrarnos con nuestra naturaleza en la naturaleza.
Ahora que la época de la abundancia ha tocado a su final y nos enfrentamos a una emergencia ecosocial, debemos pilotar el decrecimiento económico o sufrirlo.
Soy de los que piensan que la escasez material es una oportunidad para el crecimiento espiritual. Esa es la clave para surfear con éxito los convulsos tiempos que nos ha tocado vivir: para crecer personalmente debemos decrecer nuestras expectativas, prescindir de necesidades superfluas y desprendernos de creencias irracionales.
La mejor forma de preservar la esperanza consiste justamente en vivir desesperanzado, sin vanas ilusiones ni temores infundados, libres de esclavitudes materiales y servidumbres espirituales. Las renuncias voluntariamente escogidas representan una bendición. La senda del decrecimiento conduce al palacio de la sabiduría, o eso creían muchos de los sabios de la antigüedad. Aspirar a la fastuosa riqueza de necesitar poco resume su filosofía vital.
Eres tú el que eliges transitar por esta vida dejando una huella de cariño o amargura, de insostenible carbono o sobria felicidad, sembrando a tu paso alegría o pisando a los otros.
¿Cuál es la relación entre naturaleza y espiritualidad para ti?
La crisis espiritual de nuestro tiempo se plantea en términos ecológicos. El calentamiento global representa nuestro particular infierno. Progreso es un concepto vacío de significado si se profana la Tierra en su nombre. Una civilización es tanto más avanzada cuanto menos degrada la biosfera.
Solo una sociedad bárbara se definiría por oposición a la naturaleza en vez de por su amor a ella. Tan importante como cambiar los hábitos de consumo y los patrones de producción, es modificar nuestro sistema de creencias. La transición hacia un futuro sostenible, además de energética y digital, debe ser también espiritual. A fin de cuentas, no hay mayor innovación que un cambio de mentalidad.
Todos somos parte de lo mismo: la unidad plural de la vida. Verse en los otros reflejado, entender que el prójimo es como uno mismo, un semejante único y diferente es el mínimo común denominador de todas las religiones que, más allá de doctrinas y dogmas, merecen ese nombre y no traicionan el ideal de “religar” a unas personas con otras.
Necesitamos un nuevo credo, alternativo a la religión del consumo desmedido y superfluo, que nos ayude a vivir con más lucidez y serenidad, y nos infunda el fervor para creer que otro mundo es posible.
Sobre Santiago Beruete
Santiago Beruete es licenciado en Antropología y doctor en Filosofía. Desde hace más de veinticinco años vive en la isla de Ibiza, donde compagina su actividad docente e investigadora con la creación literaria. Ha escrito varios poemarios, colecciones de relatos y novelas que han merecido diferentes premios nacionales e internacionales. Sus libros Jardinosofía: Una historia filosófica de los jardines (2016), Verdolatría: La naturaleza nos enseña a ser humanos (2018) y Aprendívoros: El cultivo de la curiosidad (2021) son fruto de la polinización cruzada entre jardinería, literatura, filosofía y educación. El jardín como metáfora visual de una buena vida y una mente cultivada preside este ciclo de obras, que culmina con la narración Un trozo de tierra (2022), recientemente publicada: veintidós relatos cuyos personajes logra enriquecer sus vivencias gracias al contacto directo con la naturaleza.