En las últimas semanas, por temas de estudio y personales, me he encontrado reflexionando bastante sobre la invitación de Pema Chödrön -una gran referente para mí dentro de la tradición budista- a relajarse en lo que es.
Creo que esta enseñanza tiene mucho que ver con lo que cultivamos en la práctica de yoga y meditación: abrirnos a la experiencia aún en los momentos en los que querríamos cerrarnos o salir corriendo; traer una presencia abierta y amable a todo lo que surge: los momentos de comodidad y también los de incomodidad y dificultad.
Relajarse en lo que es, lejos de ser una actitud resignada o pasiva, implica el cultivo de la suficiente ecuanimidad y valentía para estar profundamente en contacto con la vida cuando lo que sucede es muy diferente de lo que habríamos deseado o incluso planeado. La inercia nos lleva, en estas ocasiones, a actuar de dos maneras: abandonar -evitar, negar, huir, rechazar…-, pensando que seremos felices cuando consigamos alejar de nuestra vida todo lo que es difícil y nos produce sufrimiento; o buscar compulsivamente resolver, esperando que algo externo sea la solución y podamos pasar rápidamente a otra cosa.
Pero, ¿qué pasaría si eligiéramos otro camino: el camino de quedarnos en contacto con lo que está sucediendo, sentirlo, conocerlo en profundidad, hacernos amigas/os de ello? El camino de permanecer en un espacio abierto, lúcido, vulnerable, conectado -el mismo espacio interior que cultivamos en la práctica- en vez de desconectar.
La vida es nuestra gran maestra porque nos saca continuamente ocasiones para que crezcamos, aprendamos, florezcamos… y despertemos. Para que la reconozcamos por lo que realmente es: cambiante, fluida, transitoria, incierta, priva de la solidez y seguridad que solemos proyectar en ella.
¡Y qué liberadora puede ser la invitación a relajarse en lo que es, a reposar en el corazón de la vida tal y cómo se manifiesta, sin sobreponer nuestras ideas de cómo debería ser, sin tratar de plegarla a nuestros cambiantes deseos y apetencias!
Este mismo momento ya es el maestro perfecto, porqué nos está proporcionando las condiciones necesarias para cultivar sabiduría y compasión. Y la práctica consciente (de yoga, meditación, no-violencia…) es el laboratorio donde fortalecemos estas cualidades para después llevarlas a nuestra vida, a todas las circunstancias, sin rendirnos.
Cómo enseña Pema Chödrön: lo que más estás intentando evitar, es lo que más te puede transformar.
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«Que todo se nos venga abajo es una prueba y también una especie de curación. Pensamos que la cuestión es pasar la prueba o superar el problema, pero en realidad las cosas no se resuelven. Las cosas se caen a pedazos y después estos se vuelven a juntar. Simplemente sucede así. La curación proviene del hecho de dejar espacio para que todo esto ocurra: espacio para la pena, para el alivio, para la aflicción y para la alegría.
[…]
La vida es así. No sabemos nada. Decimos que las cosas son buenas o malas, pero en realidad no lo sabemos.
Cuando todo se derrumba y estamos a punto de no se sabe qué, la prueba para cada uno de nosotros es quedarnos en ese punto, en ese límite, y no concretar. El camino espiritual no consiste en tratar de llegar al cielo y finalmente acceder a un lugar magnífico.
[…]
Desde este punto de vista, la única vez que podemos estar plenamente seguros de lo que está ocurriendo es cuando nos quitan la alfombra de debajo de los pies y no encontramos donde aterrizar. Podemos emplear estas situaciones para despertar o para echarnos a dormir. Este momento – este mismo instante sin base ni lugar al que aferrarse – es la semilla para cuidar de aquellos que necesitan nuestros cuidados y para descubrir nuestra bondad.»
Del libro «Cuando todo se derrumba» ~ Pema Chödrön