Me llamo Candida, un nombre que por mucho tiempo no me gustó por su rareza, y que ahora sin embargo amo; por su significado y por ser el nombre de mi abuela, quien descubrió el yoga en los 60, en uno de sus viajes por el mundo, quedando fascinada por su profundidad y beneficios.
Uno de mis primeros recuerdos es que de mayor quería ser misionera.
Antes de que la búsqueda de sentido y propósito se abriera paso en mi vida de forma ineludible, estudié comunicación en la Universidad, viví y trabajé en varias empresas entre España e Italia –mi país de origen– y busqué saciar mi curiosidad viajando todo lo que me era posible.
Las prácticas de yoga y meditación llegaron a mi vida en momentos de tormenta emocional y estrés laboral – hace ya más de 15 años – para transformarla y dotarla de propósito.